Tuesday, January 04, 2005

Cuando era joven mi tío usaba contarnos un historia junto a la fogata, cuando nos llevaba a acampar. Hace ya unos años en una luna creciente, en aquella época cuando uno es estudiante y cree que la vida es eterna; me contó la historia del cazador y la gazela. Pasa que una vez la luna se vistió de gazela, en aquel día de aquel mes cuando uno voltea al cielo y ve la lanza plateada. Es tiempo de caza, eso todo mundo lo sabe, lo saben las aves de mechón dorado, lo saben las ratas del campo y claro que lo sabían todos en la aldea. Ese noche había un nuevo cazador, tal vez tenía mi edad. Se armó con un cuchillo corto y una vara que encontró prudente en su paso. La verdad es que un arco le hubiera estorbado pues no sabía apuntar, mucho menos disparar. La luna lo vió de lejos, le hizo sonreír su obvia falta de capacidad que sólo era sobrepasada por la determinación que vió en sus ojos. Una sonrisa brilló esa noche. Ella vió como las presas se le escapaban, pidió al hermano lobo que lo guiará y a la hermana liebre que le hablara. Quiza un mes, quiza todo pasó en una noche pero con una lanza y un par de marcas en el pecho por fin el muchacho dió con algo, una gazela. Tenía esa gracia que ya casi no se ve y si la mirabas a los ojos, veías fuego, clara señal para el conocedor; pero esta no es la historia de un heroe. Luna tal vez lo supo todo el tiempo y quiso jugar, puede que la haya tomado por sorpresa, cualquiera sea el caso, la tosca lanza le sacó un susto. Empezó a correr por el bosque, no por miedo, sino por tradición, incluso se olvidó que atrás venía un joven. Finalmente la encajonó, la historia no es muy clara en la forma en que un mortal lo logró. Mi tío piensa que Luna secretamente lo uería. Yo soy de la idea que no sabía lo que hacía, pero que sé yo un simple mortal. Pero cuando la tuvo contra la pared, no hizo nada. No uso la lanza que aprendió a hacer y empuñar. No uso el cuchillo con el que ya sabía cortar. Simplemente se le quedó viendo. Enamorado de la Luna, quizas. Ella enojada lo maldijo y nunca un gran cazador podría ser. Pero por qué, le pregunté a mi tío, qué fue lo que la irritó. Es tiempo de caza, me contestó. Pero fue un gesto noble y por ello el don de hablar con los animales le confirió. Ese día su destino fue escrito y lo que fue de él es otra historia. Sabemos que no hay luna roja creciente y muchos pensamos que se debe a este incidente. No todas las historias tienen una moraleja y esta me gusta contarla porque me recuerda de un tiempo más sencillo cuando se podía contar historias de diosas que caminaban entre nosotros.