Hoy oficialmente mi abuelita se fue.
No recuerdo cuando entró en mi vida, pero siempre estuvo ahí junto a mis padres en ese lugar que reservamos para los que lo saben todo mientras crecemos. El recuerdo de mi abuelita como Dulzura, Paciencia, Entrega a su familia, siempre estará ahí. No está en mí contar su historia pero tuvo una vida muy muy triste, si no es que la peor que conozco de primera mano. Y sin embargo, ella era amor.
Por eso creo en la humanidad. Si ella, viviendo lo que vivió, pudo salir adelante, todos podemos. Soy tan afortunado por haberla tenido en mi vida a tan temprana edad.
Ya era grande y cada cumpleaños era una pesadilla para mi madre. Yo no quería que hubiera pastel, no me gustaba ni el pastel ni el helado de pequeño. «¿Cómo vas a tener una fiesta sin pastel? Piensa en tus invitados», decía mi madre. «Pues es mi cumpleaños y si quieren estar conmigo… ellos ya saben, cada año es igual», replicaba. Y ahí en el fondo estaba mi abuelita, buena intermediaria. Yo sentía que me defendía y llegábamos al acuerdo de que hubiera, pero que yo no necesitaba comer esa cosa. No sé cuántas veces pasó. Mi abuelita se lleva el título de convencerme de que era buena idea probar el helado. Probablemente estoy inventando la escena pero así la recuerdo. Estábamos en el supermercado, como frecuentemente lo estábamos y me compró unas lombrices de goma. Las adoraba. Y creo que me dijo algo como '¿sabes qué sabe más rico con lombrices?'. Caí preso de la curiosidad. ¿Había algo que hiciera que las lombrices supieran aún mejor? Sí, el helado de chocolate con lombrices de goma.
Había una vez 2 abuelas, como el día y la noche. Una cálida y sin un peso encima que ahorraba sus centavitos para venir a visitarme los veranos. Y una estricta, distante, con familia acomodada. No debiera extrañar que en navidad yo siempre quisiera estar con mi abuelita aún si los reyes magos visitaran Tlalpan y no tanto la vecindad. Cuando mi padre casi muere fue con ella que nos quedamos.
Con la llegada de mi hermano y mis primos las cosas cambiaron en cuanto a tiempo, pero nunca en calidad. Había amor para todos.
Recuerdo sus guisos que todos disfrutamos. Recuerdo cuando me enseño a jugar Domino de pareja.
Y aquí debería terminar mi historia, pues la enfermedad, la vejez y la muerte pretenden entrar a mi relato.
Recuerdo con risa cuando se cansó de cocinar y tiraba mangos al agua para darle sabor. Recuerdo a mi tío y a mi abuelita 'peleando' de todo, especialmente de quién hacía más trampa en el domino.
Pero lo que más recuerdo es el recuerdo que mi abuelita me repetía cada que la veía cuando la demencia senil ya estaba tocando la puerta.
Caminando ella y yo en el bosque de Chapultepec
- Abuelita, abuelita, tú que lo sabes todo. ¿Cómo se llama esta planta?
Y mi abuelita pensando 'ay esta criatura me hace cada pregunta y yo que no sé nada'
- Se llama 'Diente de león'
Abuelita, tú para mí siempre supiste lo importante. Te amo.
No recuerdo cuando entró en mi vida, pero siempre estuvo ahí junto a mis padres en ese lugar que reservamos para los que lo saben todo mientras crecemos. El recuerdo de mi abuelita como Dulzura, Paciencia, Entrega a su familia, siempre estará ahí. No está en mí contar su historia pero tuvo una vida muy muy triste, si no es que la peor que conozco de primera mano. Y sin embargo, ella era amor.
Por eso creo en la humanidad. Si ella, viviendo lo que vivió, pudo salir adelante, todos podemos. Soy tan afortunado por haberla tenido en mi vida a tan temprana edad.
Ya era grande y cada cumpleaños era una pesadilla para mi madre. Yo no quería que hubiera pastel, no me gustaba ni el pastel ni el helado de pequeño. «¿Cómo vas a tener una fiesta sin pastel? Piensa en tus invitados», decía mi madre. «Pues es mi cumpleaños y si quieren estar conmigo… ellos ya saben, cada año es igual», replicaba. Y ahí en el fondo estaba mi abuelita, buena intermediaria. Yo sentía que me defendía y llegábamos al acuerdo de que hubiera, pero que yo no necesitaba comer esa cosa. No sé cuántas veces pasó. Mi abuelita se lleva el título de convencerme de que era buena idea probar el helado. Probablemente estoy inventando la escena pero así la recuerdo. Estábamos en el supermercado, como frecuentemente lo estábamos y me compró unas lombrices de goma. Las adoraba. Y creo que me dijo algo como '¿sabes qué sabe más rico con lombrices?'. Caí preso de la curiosidad. ¿Había algo que hiciera que las lombrices supieran aún mejor? Sí, el helado de chocolate con lombrices de goma.
Había una vez 2 abuelas, como el día y la noche. Una cálida y sin un peso encima que ahorraba sus centavitos para venir a visitarme los veranos. Y una estricta, distante, con familia acomodada. No debiera extrañar que en navidad yo siempre quisiera estar con mi abuelita aún si los reyes magos visitaran Tlalpan y no tanto la vecindad. Cuando mi padre casi muere fue con ella que nos quedamos.
Con la llegada de mi hermano y mis primos las cosas cambiaron en cuanto a tiempo, pero nunca en calidad. Había amor para todos.
Recuerdo sus guisos que todos disfrutamos. Recuerdo cuando me enseño a jugar Domino de pareja.
Y aquí debería terminar mi historia, pues la enfermedad, la vejez y la muerte pretenden entrar a mi relato.
Recuerdo con risa cuando se cansó de cocinar y tiraba mangos al agua para darle sabor. Recuerdo a mi tío y a mi abuelita 'peleando' de todo, especialmente de quién hacía más trampa en el domino.
Pero lo que más recuerdo es el recuerdo que mi abuelita me repetía cada que la veía cuando la demencia senil ya estaba tocando la puerta.
Caminando ella y yo en el bosque de Chapultepec
- Abuelita, abuelita, tú que lo sabes todo. ¿Cómo se llama esta planta?
Y mi abuelita pensando 'ay esta criatura me hace cada pregunta y yo que no sé nada'
- Se llama 'Diente de león'
Abuelita, tú para mí siempre supiste lo importante. Te amo.
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